måndag, augusti 17, 2009

23 de lluvias
(2a parte)

Cierto día caminando sobre Caudillos, jugaban a soñar la esfera de vapor más grande o a perseguir mechones de cabello con los dedos. En aquella época caminar por Caudillos desde San Agustín hasta Caballeros era sin duda mucho más placentero, la incertidumbre no te detenía en cualquier esquina; el mundo todavía se movía y la gente escribía aún sus ideas. Jugaban también a ser boca y a ser voz. Este tiempo del silencio nos come a todos; las mordazas de ahora nos harán nacer sin boca después. Es curioso, si lo piensa más detenidamente esa es la razón por la cual se empalmaron aquellos dos. Gustaban también de ir al bar de Donceles y Glorieta, ¿te acuerdas de este bar de aquel tiempo? El licor y las cervezas más deliciosas del suburbio. Sin embargo, no puedo evitar suspirar; antes se oían carcajadas y conversaciones, hoy solo sollozos y tos de fumador. Una lástima.
Los días peculiares eran siempre los 23 de lluvias, día de la muchacha de los ojos de cedro. Era casi un ritual: las caminatas por el parque de Caudillos se prolongaban hasta tarde, cuando el sol de cobre está a punto de caer tras el horizonte, las imágenes de plata en la plaza del cinematógrafo como un preludio nocturno a las charlas de café y a las flores de no hueso; y para concluir, el camino a casa y los placeres trémulos del deseo.
Las ideas de eternidad y de compartir vidas enteras en parpadeos es de por sí extraña si no se sabe cómo o no se recibe lo que uno espera a cambio. Y así decidieron repartir en común sueños, gritos, enojos y vidas. Mas la vida, como sucede en los sueños, se nos escapa su trama en un parpadeo al despertar y el tiempo avanza devorando todo y su caminar no repara en pequeñas sombras o pequeños fenómenos o pequeñas muertes en su camino.
En estos asuntos nunca se sabe nada a ciencia cierta; irónicamente llega el tiempo cuando las sombras se cansan de ser sombras, los fenómenos se cansan de ser fenómenos y las muertes se niegan a seguir siéndolo, sin importar ojos de cedro, ni odios ni melancolías. El desencanto es como una gangrena o incluso peor. Lo único que supe después es que la muchacha de los ojos de cedro procedió como debe hacerse con la putrefacción, cortar de tajo la infección. Pues ¿acaso en este asunto o en cualquier otro conoces mejor medicamento? Después las visitas del joven con odio o melancolía fueron reduciéndose en calidad y cantidad; y como la gangrena, en proceso de destierro total: de una vez en el departamento de la muchacha de los ojos de cedro, luego en la puerta del mismo, así hasta llegar al acceso del edificio y finalmente, en la calle. Y el joven, como la gangrena, gradualmente se consumió a sí mismo. Y mira si es extraño esto de los destinos, los azares y las ilusiones. No sé por qué desesperada razón o por qué oscura esperanza aquel joven con odio o melancolía continúa cada 23 de lluvias cumpliendo puntualmente con su ritual: un ramo de flores de no hueso y un pequeño texto en verso pegados en el acceso principal del edificio. Lo miro pasar, tú lo has visto también, y siento algo de pena; pero no me atrevo a decirle que como cada 23 de lluvias las flores y el texto no faltan, tampoco deja de asistir el tiempo, quien impasible, metódico casi sadístico marchita una a una las flores sin que lleguen nunca a su destinatario.