måndag, januari 19, 2009

de niño siempre me gustó arrancarme las costras y ver mis heridas sangrar. incluso siempre las presione un poco para que continuaran haciéndolo. esta reflexión me plantea más preguntas de las deseadas. ¿seguimos como "adultos" repitiendo esa conducta con otro tipo de costras? me refiero a personas o situaciones que en algún momento nos hicieron sangrar ¿estóicamente soportamos la herida y la coagulación con miras a reducir al máximo un dolor de por sí ya intolerable? me inclino a pensar que sí, nuestro instinto de conservación así nos dicta, por lo menos hasta que pase la fase crítica: hasta que deje de sangrar. y es justo en ese momento cuando otra certeza nos golpea por la espalda. si removemos la costra seguro sangrará.
podría pensarse que estoy cubierto de marcas gracias a mi placer mórbido de ver sangre manar, pues para desgracia de mórbidos como su servilleta, no es así. no de las físicas, sino de las costras intangibles en alguna parte de nosotros. y tal vez duden, pero también estas sangran y más copiosamente. por lo menos uno de ustedes que me desmienta, es imposible; cada uno de nosotros somos marcados por diferentes espinas (algunas son para unos venemo mortal, mientras, para otros son bálsamo espiritual)
ahora, mi punto no es hacer una apología de lo que a cada uno nos hace sangrar, esa es materia tal vez de otra opinión, no. lo que busco es... ¿una solución? cuál de las millones más evidentes y comunes, ¿una forma de detenerlo? esa es más sencilla, Benedetti nos dice "muérete y ya" más simple que la regla de adición, pero también busco seguir, continuar inconforme ante este mundo. demostrar a quien ríe al último no ríe mejor sino que ha sido engañado para que así lo crea.